El Fin de la Fiesta en Viejos de Corpus

En la provincia mexicana las fiestas se fueron arraigando, en la zona del magnífico Valle de Temascalcingo, atravesado por el río Grande de Toluca, el que luego se llamó Lerma, la producción agrícola era enorme. Frutas y cereales se levantaban con puntualidad en cada temporada, se clamaba en los viejos tiempos a Tláloc para que diera una abundante lluvia y se pudiera tener una igual de abundante cosecha; petición que se transformó en pedirle a Nuestro Señor, en su Advocación del Sagrado Corazón es lluvia tan necesaria para la productiva siembra.

El Jueves de Corpus comenzó en aparente normalidad. El clima en Temascalcingo, aunque decían que hacía calor, más bien era el ideal, ni frío ni caliente. Los puestos estaban ya instalados en rededor del Jardín Principal, fruta, atole, tamales, entre otras cosas, es decir, todo lo que se requiere para un desayuno. Serían algo así como las diez de la mañana cuando comenzó a llegar el primer contingente.

De los cuatro barrios que conforman la población original, se fueron agrupando en sus templos, lo mismo sucedía en los ranchos y comunidades cercanas a Temascalcingo y uno a un fueron llegando, haciendo un extraño ruido, como quejido, como queriendo espantar a la gente. Sus atuendos eran por demás extraños. De pronto daban la sensación de espantapájaros pues iban vestidos con trajes de ixtle, con costales e hilachos. En muchos de ellos colgaban a la espalda toda suerte de objetos, todos viejos, todos oxidados. Latas de aluminio, botellas, huacales con muñecos, con objetos de todo tipo, llevaban ramas también.

Una vez que se hace la entrada en el templo los “viejos” ataviados con sus extrañas vestimentas hacen la petición de una buena temporada de lluvias, entregan la ofrenda y se retiran. Al entrar todo el grupo lo van haciendo acompañados por un violín y un tambor, oyéndose todo el día, por todo el pueblo la misma melodía.

Contrario a lo que sucede en otros lugares, aquí la fiesta termina por la tarde. Así como llegaron uno a uno los grupos llevando en andas a sus imágenes religiosas y de pronto todos confluyeron en la Parroquia de San Miguel, ahora el recorrido es a la inversa.

Luego de la entrada al templo y de la larga peregrinación, en ocasiones larguísima, pues algunas comunidades se localizan a varias decenas de kilómetros, el hambre se siente y, como marca la tradición del Corpus, la comida se comparte en improvisado día de campo en los jardines que rodean a la Parroquia.

Los grupos de danza se dirigen al teatro donde será el concurso, algunos peregrinos se van como espectadores, otros reposan, otros caminan por el centro de la población, el bullicio sigue y luego de las dos de la tarde el regreso inicia. El copal se vuelve a encender, algunos tienen energía reservada para seguir bailando, los rostros siguen enmascarados y los santos en sus palanquines van de regreso a su morada.

Temascalcingo sigue desquiciado, ahora por la cantidad de gente que llena las calles de salida a los cuatro rumbos cardinales. Los caminos que atraviesan los campos del fértil valle ahora son testigos del extraño desfile del Corpus Viejo.

Impresionante ceremonia. Fueron cerca de 24 horas de una especie de aquelarre, que con cierto misticismo, misterio, mucho enigma con la gente enmascarada, mucha fiesta, mucha danza, mucha devoción, todo se conjugó a la perfección una vez más en la antigua tradición que, por fortuna, está siendo rescatada. El viaje a Temascalcingo valió la pena, quedo gratamente complacido e invitado a volver.

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