Dulce María de Alvarado Chaparro [Artísta Visual]

Dulce María de Alvarado Chaparro "Moro" nació en la Ciudad de México en 1955, desde su infancia se vio atrapada en un mundo de colores y figuras, es sobrina del pintor Francisco Garduño Canedo. Es una artista visual cuya obra multidisciplinaria abarca por supuesto la pintura, instalación, arte acción, arte objeto, maquillaje, vestuario y la gastronomía. Estudió Artes Visuales en la Escuela Nacional de Artes Visuales de la UNAM. Ha expuesto de manera individual y colectiva desde 1988. Los colores de muchas de sus obras y bordados son muy importantes para ella y los relaciona mucho con los colores de los que realizan mazahuas y otomíes que se realizan en Temascalcingo. Paralelamente a su obra, ha desarrollado labor de difusión cultural a lo largo de 20 años: investigación, organización y coordinación de exposiciones, difusión, apoyo curatorial en museos, instituciones culturales y proyectos independientes. Su investigación Performance en México: Historia y Desarrollo y "Performance en México. 28 testimonios 1995-2000" han sido aclamados y utilizados por artistas visuales de todo el mundo. Desde 2009 ha colaborado en el proyecto AKASO como coordinadora operativa y de producción para desarrollar la idea del Ing. Sergio Autrey quien, inspirado en los Murales de Osaka, encargó una obra pictórica monumental a 26 artistas mexicanos de la generación posterior a la ruptura. Este proyecto independiente es una exposición itinerante que reúne pintura, videos y documentales que dan cuenta de la producción artística actual en México. Sobre su obra la autora comenta: "Esta investigación permitió crear documentación del performance, pues no había casi nada escrito sobre el tema. Las entrevistas son ricas en contenido e información, por lo que no dudé en convertir mi trabajo de tesis. Con el fallecimiento de algunos de los artistas de ese periodo, su testimonio devino un texto invaluable". La artista visual, fue alumna de Melquiades Herrera (1949-2003), resalta además la importancia de haberlo tenido como maestro en la década de los noventa, momento de gran efervescencia y creatividad para el performance mundial, que en esa época era aún un poco marginal, pero muy vivo, y comenzaba a ocupar más espacios en la escena artística de México. A 15 años de concluido este proyecto, la autora subrayó el gran cambio que se observa en estos momentos. "El performance se ha reconocido, oficializado y estudiado más. En la actualidad ya es materia en escuelas de arte, hay abundantes referencias mexicanas y extranjeras, becas, festivales y publicaciones; el panorama es muy diferente; el arte no es para entenderse, es para apreciarse. Lo que nunca dejará de sorprendernos y maravillarnos es una buena obra, sea performance, instalación, arte objeto, pintura o lo que sea dentro de las Bellas Artes. Me siento muy afortunada por haber podido recoger estas voces, que ahora podrán circular ampliamente".

A continuación te presento un extracto de sus memorias y el link para que lo puedas leer completo:


Durante las vacaciones iba a la casa de mis bisabuelos en el pueblo de Temascalcingo, en el Estado de México. Ahí jugaba con mis primos y sus amigos… En aquel momento yo era la única niña de la palomilla, por eso, cuando hicimos la parodia de los funerales de Kennedy, me tocó ser Jacqueline Kennedy. Recuerdo que desfilábamos en aquellos largos corredores de la casa. Yo tenía ocho años… Mi sombrero era una caja de zapatos, pero mi caja de zapatos jamás pasó a formar parte de la historia del arte… Esos juegos eran acciones, pero eran juegos infantiles; hicimos montajes, cosas de la plástica, piñatas, nacimientos, vestuarios, incluso teatro, escenografías y fiestas de disfraces. Dicen que en la primaria gané un concurso de pintura infantil de la Ford.

Mi parte lúdica y mi timidez me llevaron pronto a experimentar con el maquillaje. A los once años comencé a practicar la transformación por ese medio. Con el tiempo fui agregando vestuarios, pelucas. Un día debuté como payaso en el metro, viajé a la Villa para participar en una procesión de payasos… Después hice varios clowns. También fui geisha y anciana; un día me fabriqué un enorme vestuario para ser un árbol pero debajo era un hombre negro, con traje y toda la cosa, pero era un hombre mudo porque no me sale la voz masculina… Lo que yo hacía era una acción o un happening, aunque yo no lo sabía. Yo quería experimentar y aplicar mi creatividad, jugaba con vestuarios y personajes para fiestas en la década de los ochenta. Todo esto fue antes de enterarme que todo esto podía ser obra de arte, siempre y cuando yo la propusiera como tal. Hice personajes para prender el botón del happening (de ocasión) desde los ochenta.

Inventé transformaciones conmigo y con otras personas, para mí eso era y es muy divertido. Más adelante integré a mi obra plástica las caracterizaciones, el vestuario, las pelucas, los objetos y lo que había aprendido al experimentar con el maquillaje para la ópera, el teatro, el cine y los disfraces. En 1988 en la pieza Dualidad Diego-Frida me partí en dos: fui mitad Diego y mitad Frida, de cara y cuerpo, vestuario y peinado… me integré al mural transportable que pinté donde mostraba una composición de obras de cada uno en ambos lados de la pieza. Esta acción-mural-Diego-Frida tuvo su “estreno mundial” en el Museo Universitario de Ciencias y Artes, MUCA, que forma parte de la UNAM. Me dieron una mención honorífica y no supieron en qué cajón ponerlo porque era un concurso de disfraces en homenaje al Hotentote y yo me disfracé de mural transportable… Después me invitaron a presentar esta pieza en el Museo Estudio Diego Rivera como parte de la exposición Pasión por Frida. Posteriormente presenté en el mismo museo el personaje solito junto con las acciones de Alfin, genial titiritero y artista, con quien participé por invitación suya en varias acciones con otras vestimentas y personajes. Precisamente en su casa de San Ángel conocí un día a Marcos Kurtycz. Aquel encuentro fue impactante para mí. Me regañó por hacerle a la Frida Kahlo.

Me tocó integrarme a la comunidad artística a finales de los ochenta y principios de los noventa, un poco tarde; por eso me han llamado con mucho tino “Dulce tardía”. Hice muchas cosas antes de decidirme a estudiar artes plásticas. Fue en 1987 cuando cayó en mis manos el libro de Olivier Debroise, Diego de Montparnasse; quedé especialmente impactada por el pasaje que describe la escena de Diego Rivera una madrugada cargando sus pinturas en una carretilla para llevarlas al Salón Independiente en París. Eso me inspiró, porque era una amalgama de pintura, y la acción de llevarlas, como fuera, para exponerlas, podía verse como una especie de voluntad; de niños usábamos la carretilla para jugar y algo me hizo conexión, no sé exactamente qué. Tampoco supe cómo hacerlo pero me acerqué poco a poco, a tientas… Primero busqué a mi tío Pancho, el pintor Francisco Garduño Canedo, que en ese entonces tenía 92 años, longevo artista que me permitió ir a dibujar a su estudio y pintar; lo visitaba cada semana, él iba diario a trabajar. Así empecé hasta llegar a la Escuela Nacional de Artes Plásticas (ENAP).

No tenía claro quiénes hacían acciones, poco a poco fui descubriendo a cada uno. Creo que el primero con quien tuve contacto fue Miguel Ángel Corona cuando él estaba en el Palacio de Bellas Artes y yo hacía el maquillaje de los esclavos en la ópera Aída. Eso era en 1988. Ese mismo año conocí a Armando Sarignana en el Centro Cultural Santo Domingo. De ahí comencé a conocer más el medio y me encontré con Adolfo Patiño y con Gustavo Prado… que se presentaba como sí mismo y como Aurora Boreal, su alter ego. Fue hasta que entré a la carrera de Artes Visuales cuando supe que esto de las acciones era una forma de hacer arte, de expresar. Y que era igual de propositiva que las otras formas o soportes como la pintura, la escultura, el grabado y todas las demás que ya conocemos. Esto lo descubrí con mi maestro Melquiades Herrera. Tuve la fortuna de ser su alumna, aunque un poco piedra, pero algo se me pegó… Un día llegué a la clase sin la tarea, así que para que no me reprobara y a manera de disculpa me puse una corbata de cáscara de naranja y una nariz roja. En cuanto me vio entrar al salón, Melquiades soltó la carcajada. Luego me dijo: “ya te caché, eres excéntrica”, fue un honor. A partir de ahí comenzó a obsequiarme objetos de esos que sólo él encontraba, chácharas, como él las llamaba, que conservo como un tesoro. Poco a poco fui conociendo más acerca de esta expresión artística y me di cuenta de la importancia que ha tenido para muchos artistas y para la historia del arte en general.

Para hacer arte he mezclado lo mismo el maquillaje y la pintura que otras cosas, como por ejemplo la gastronomía. En algún momento hice las Galletas moro, una pieza que llevo muchos años ofreciendo cada fin de año, un happening para degustar y que a todos gusta, que lo esperan, ahora también cobro por hacerlo... Otro que recuerdo fue en 1993, cuando llegué elegante y ridículamente vestida como una crítica de arte de los años cuarenta a la apertura de la galería Zona. Ahí me hizo segunda el maestro Jorge Alberto Manrique, fabuloso. Algunos se me quedaban viendo y soltaban la carcajada, otros sí me contestaban. Cuauhtémoc Medina no quiso participar en este happening, quizá porque no fui muy convincente, pero me divertí mucho. Esto me recordó una anécdota que no es precisamente un happening, pero la traigo a cuento porque me pareció sensacional. Juan Soriano me platicó que, cierto día, él y Lupe Marín bailaban en una cantina, y puntualizó: “Lupe, que era muy grandota, y yo bailábamos juntos; era una escena muy rara y había un tipo por ahí, llegó y se le quedó viendo y de plano le preguntó viéndola para arriba, ‘¿oiga, usted es hombre o mujer?’ Y Lupe volteó viéndolo para abajo y le contestó con las manos en la cintura: ‘mire, soy más hombre que usted y más mujer que su chingada madre’.” Fue un happening por partida doble, la anécdota y la narración de la anécdota, yo me imaginé esa escena y al mismo tiempo me deleitaba con la expresión de Soriano que era extraordinaria.

En 1992 la Academia de San Carlos revivió la tradición de su famoso Baile de Disfraces. Recuerdo que participé con un traje que nombré Reina Mariana-Velázquez-Gironella-moro. Al entrar a San Carlos alguien gritó “¡Gironella!” Mi traje llevaba los elementos clásicos de la obra de Gironella: chorizo, salami, jamón, corcholatas, era una glosa de la glosa de Gironella. Por fortuna llegué sana y salva al baile porque en pleno Zócalo varios perros querían comer mi vestido… Recibí el primer lugar de manos del rector José Sarukhán.

Pueden leer todo el Texto Aquí: Confesiones de una Accionista (casi) de Clóset. Performance en México: "28 testimonios 1995-2000". Una edición de 17 Estudios Críticos con el apoyo de FONCA y Fundación Jumex. Pueden leer todo el libro en línea: www.diecisiete.mx

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